lunes, 2 de diciembre de 2013

La luz de la Amargura...





Solamente fueron unos minutos.No llegaría a cinco. Nadie se interponía entre el dolor de tu mirada y mi emocionados ojos. Nadie evitaba que mi mano acariciara la tuya. Nadie impidió que me hablaras sin pronunciar palabras. El sol quiso colarse en el silencio de nuestros susurros, para iluminar un amor adolescente, que se forja, en la distancia que nos impide vernos cuando lo necesitamos.

El silencio de San Juan de la Palma era la banda sonora que ponía melodía a nuestro deseado encuentro. Te lo prometí hace nueve años, pero las prisas del día a día y las circunstancias que rodean mi vida, han hecho imposible encontrarnos hasta hace unos días. Te vi en la calle allá por Noviembre, cuando conmemorabas el cincuentenario de tu coronación, por esa época ya latía en el interior de mi mujer, el fruto de nuestro amor. Llegué a ti desarmado de miedos, pero lleno de dudas y preguntas. El tiempo me trasladó a un caluroso Septiembre, cuando mirándote desde la distancia que da tu camarín, me regalaste y bendecíste el amor de la mas hermosa de las mujeres, desde ese día yo siempre veo reflejado en tus ojos, la alegría inmensa de esa fecha, la promesa de intentar ser mejor y el reto de vivir siempre alimentando un simbólico si quiero...


Uno se enamora de una imagen por millones de circunstancias: por ser aquella a la que sus padres lo acercan cuando eres pequeño, por ser el referente de toda una generación, por aquella marcha que sonaba tras de ti cuando alguien se enamoró por primera vez, o sencillamente, porque es tan bello ese rostro, que cualquiera sería capaz de perderse en esa silenciosa belleza. Ninguno de estos es mi caso. Yo llegué a ti enamorado de otras manos, prendado de otros ojos e impregnado de otros silencios con aroma a convento. Yo llegué a ti por unas obras que molestaban el dormir diario del Señor de Pasión, el Dios de la madera...Te conocía por ir a verte un domingo de cuaresma, en el que pasos cubiertos de telas, hacen romper el silencio de tu milenaria casa

Que regalo me hicieron tus manos, dañadas por los besos de devotos que acuden a ti a saciar sus amarguras. En ellas puse la salud de mis amores diarios, en ellas te dejé las lágrimas de aquellos que no volverán a verte de cerca, en ellas te dejé los miedos de ese amor maternal que venció la batalla del cáncer, en ellas te dejé el deseo de alumbrar nuevas ilusiones y en ellas, te dejé la promesa de alimentar nuestro amor, forjado en la complicidad de un silencio enamorado.

Mis ojos no se fijaron en los bordados que te regalo Rodríguez Ojeda, tampoco en tu manto de coronación, ni tan siquiera en los nardos que impregnaban nuestro encuentro, no me dejé llevar por la majestuosidad de tan precioso altar.... mis ojos se perdieron en tu rostro dañado por el paso de los siglos y en esa belleza silente que hace de tu rostro, el mas bellos de cuantos se pasean por Sevilla cada Domingo de Ramos.





Pasados esos cinco minutos, el murmullo y el ruido de cámaras hambrientas de captar minuciosos detalles, rompieron nuestra conversación, para dar paso a inmortalizar tan deseado encuentro...

Amargura, volveré a ti, a hablarte de mi, de los míos y para escuchar la banda sonora de tus silencios y cuando mi cuerpo no aguante el paso de los años, te prometo que me dejaré llevar por los compases de tu marcha para acompañarte por las calles de la ciudad que te cobija...








Aquí os dejo un pequeño reportaje de la belleza de la Amargura, gracias a Floren Ruano por confiar una de sus cámaras a mis torpes manos...










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